viernes, 13 de enero de 2012



Los años felices, de Sebastián Robles, Pánico el Pánico, 2011, Buenos Aires.



Un buen día

   Me resultó muy difícil decidirme a escribir esta reseña.
   Yo no conozco mucha gente del ambiente literario. Pero tuve la suerte de estar el día que Sebastián Robles había recibido el primer ejemplar impreso de su novela. Los que estábamos allí lo aplaudimos. Me hizo acordar a los casamientos. Yo no sabía que se aplaudía en los casamientos, y cuando se casó la hermana de mi mujer los aplausos me resultaron una sorpresa. Y me alegré. Dicen que los argentinos aplauden cuando aterrizan los aviones. En mi pueblo, en las casas donde no hay timbre, y en el campo, se aplaude para anunciarse. Y ahora pienso que cuando se baila folclore también se aplaude. Será que viene de ahí.
   El asunto es que lo aplaudimos a Robles. Fue un momento mágico, un día bueno. Con mucho significado, porque todos lo que aplaudíamos éramos aspirantes a escritores. Y ser escritor quiere decir poder publicar, encontrar lectores. Robles estaba contento. Todos estábamos así.
   Anunciación, alegría, llegar a un destino, asumir un compromiso. Todo eso significa publicar un primer libro. Todos son motivos más que suficientes para leer un libro de un autor joven. Porque pienso que en el fondo qué importa si al crítico le pareció un libro bueno o malo. Ya que al fin y al cabo no es más que otra opinión. Y la opinión va de la mano de los gustos personales, de las historias personales, de las capacidades, de los miedos, de tantas cosas.
   Digo todo esto porque a una amiga le dije que no iba a escribir sobre Los años felices porque no quería ser descortés. Lo dicho, no soy amigo de Sebastián Robles, lo he visto apenas un par de veces. Pero no es lo mismo hablar de un desconocido que de alguien que sabemos quién es, y sobre todo de quien todos dicen que es un buen tipo, y un buen escritor.
   Entonces ahí está el dilema. ¿Nunca hacer críticas malas? ¿Sólo reseñar cuando hay algo bueno para decir? ¿Hacer la reseña y disimular?
   Este asunto ya dice más sobre mí que sobre el libro de Robles. Ah, porque ese es el otro asunto, parece que todo fuera personal cuando se habla de un libro, casi como si se hablara del autor o de su hijo, y no del texto. En otra oportunidad ya lo dije, vamos a ver cuando me toque a mí, cómo me cae la crítica. Porque en la teoría está todo claro, pero en la práctica, se verá.
   No hace mucho leí una reseña de Patricio Pron, un escritor que me gusta mucho cómo analiza a otros autores. En esa reseña era muy cruel con el libro Ejércitos enemigos, de Alberto Olmos, que es el autor de un blog que también sigo y me gusta, El lector Mal-herido Inc. Allí Pron le decía, entre otras cosas, que era muy fácil criticar y no tan fácil escribir. Lo estaba esperando atrás de la puerta, como se dice en mi pueblo. Con mucha mala fe, creo.
   Cuento esto porque hay dos cosas sobre las que quiero decir algo. La primera que si la crítica es negativa, pero bien intencionada, entiendo que puede atraer lectores, ya que todos pensamos distinto y los lectores lo saben. Eso me sucedió con el libro de Olmos, por ejemplo. Además puede resultarle interesante al autor, como otro punto de vista. Y también decir que quienes reseñamos libros estamos condenados si no podemos opinar por escribir peor que algunos autores. Quién podría entonces escribir sobre Shakespeare, por ejemplo.

El libro: Estado de situación, los 90’.

  Lo primero, es un libro hermoso, muy cuidada la edición, desde la tapa y su imagen, hasta el papel y la contratapa. Es una novela que parece extensa, casi 235 páginas, pero que se lee muy rápido, porque está dividida en capítulos cortos, y hay páginas en blanco cuando cambia de capítulo. Son textos que, como el autor explica, fueron parte de un blog.
   Me preguntó cómo influirá en la ficción la escritura pensada para Internet. ¿Habrá alguna relación? ¿Modificará los textos? ¿La opinión constante de los lectores incidirá en los textos en proceso? ¿Será una nueva forma de escritura, y de escritor, alejado de esa tradicional imagen de genio literario en soledad?
   Son nuevos interrogantes que se plantean, no sólo de los nuevos hábitos de lectura, también de la escritura. Aunque de todas formas, al final, están los textos.
   En la novela se cuenta la historia de Eric, un adolescente del conurbano bonaerense que está terminado el colegio. La relación con sus amigos, Diego y Hernán, y sus historias. Éstas incluyen sus noviazgos, sus salidas nocturnas, y en el capítulo segundo, sus vacaciones en Pinamar. Al final, el primer año de ingreso a la facultad. Digamos que la etapa en la que el protagonista y sus amigos comienzan a tomar decisiones sobre sus vidas.
   Tiene un registro casi de crónica urbana. Con el claro objetivo, entre otros, de representar una época, los noventa. Aparecen los recitales en Cemento, toda la música, las películas, los capítulos de los Simpsons como fábulas que explican cuestiones de la vida, los remises y los maxiquioscos, Menem, la filmación de Caballos Salvajes.
   Está escrita, como dije, en capítulos cortos, y con mucho diálogo. Allí reside, creo, la dificultad. Son como textos cerrados en sí mismos, que cuentan una pequeña historia y hacen hincapié en algún detalle y terminan, para pasar al próximo. Esto le quita unidad al texto, sumado a que la historia es muy sencilla, por momento parece que leemos textos independientes, y no una novela. Los personajes no alcanzan complejidad. La historia no tiene un motor claro. Es como si se describiera un estado de situación, y no se contara una historia.
   Además creo que su estructura tiene un defecto, la novela va ascendiendo hasta la mitad, más o menos, en la búsqueda de Vero, la novia de Eric; y luego decae, cuando vuelven a la ciudad. Después se pone otra vez interesante, y queda casi en la nada hacia el final.
   Una novela con muchos atractivos. Y creo que con algunos defectos.
   Mis críticas se diluyen si vemos el texto no como una novela, sino como una crónica con algo de ficción. (Como toda crónica, pienso.)
   Tanto escándalo y al final no era tan grave. Las he escrito peores, y sin poner una sola excusa. Ahora me da un poco de vergüenza haber dicho tanta cosa al principio.