viernes, 20 de agosto de 2010

Invisible, de Paul Auster. Editorial Anagrama, Barcelona 2009.


Oculto frente a los ojos


Trato de no opinar sobre novelas escritas en otro idioma. Porque quienes no leemos más que en castellano tenemos miedo. El miedo a lo desconocido. Y el respeto a los que sí conocen otra lengua y todo lo que hay detrás de esa cortina de sonidos. Creo que se trata de otro universo. De todas formas no por eso dejo de leer las traducciones de tantos escritores gigantes. Aunque siempre con la sensación de que hay algo que no alcanzo a vislumbrar.
Dicho esto, sólo voy a escribir sobre dos o tres cuestiones a partir de la lectura de Invisible. Me topé con una crítica de Alejandra Crespo Martínez para la página Revista de Letras, que entiendo tiene alguna relación con el diario La Vanguardia de España. Ella termina su análisis diciendo que a su criterio era el mejor libro de Auster. Y es exactamente eso lo que pensé cuando terminé de leer la novela. Esa coincidencia me impulsó a escribir. La extraña sensación de encontrarse ante la mejor obra de un escritor, de creernos pioneros en un descubrimiento, y a la vez regocijarnos en el logro máximo de quien tantas veces ha buscado.
Martinez analiza Invisible destacando que se trata de una clase magistral de técnica narrativa, ya que logra armar una historia desde distintos puntos de vista, y aunque es una trama más bien sosa, dice, lo brillante es como esos relatos superpuestos en tiempo y espacio nos llevan hasta lo profundo de la vida de los personajes y a un final de conflictos que parece que nunca se resolverán.
Es cierto. La historia trata de un poeta desconocido (también invisible) que está por morir y envía su novela un amigo, otro escritor, aunque consagrado, intentando que éste logre que la editen. En esa novela cuenta los hechos ocurridos en su vida durante el año 1967. La narración de esos acontecimiento, tan lejanos, y las nuevas versiones de otros personajes, muchas veces se contradicen, haciendo de esa contradicción el tema principal. La verdad, la ficción, los hechos son ya invisibles desde el presente.
Pero para mí hay otra cuestión, y es acaso la más importante. Todo comienza en un recuerdo imborrable. Es que quienes tuvimos la suerte de leer Lolita de Nabokov sin saber nada sobre la novela, nos encontramos de golpe en un nuevo mundo donde la relación de un hombre adulto con una adolescente se vuele el centro de todo. Nabokov pone por escrito un sentimiento que todos los hombres han tenido. Algo similar sucede con Auster en Invisible. Ahora, la relación sexual del protagonista con su hermana nos enfrenta a una verdad que siempre ha estado allí y que merecía ser narrada de tan buena manera como en esta novela.
Lo dicho ya, una obra memorable. Y aunque Auster cae en la tentación, como tantos autores de hoy en día, de contar una historia cuyo protagonista es escritor, con esta última novela logra lo que pocas veces se alcanza, hacer honor a una trayectoria y avanzar un poco más allá.

sábado, 7 de agosto de 2010

El oficinista, de Guillermo Saccomanno. Editorial Seix Barral, 2010.





El futuro llegó hace rato

La idea de ciencia ficción se relaciona no sólo con el futuro, sino también con los personajes que allí viven. El nuevo libro de Saccomanno nos pone ante un escenario de una ciudad del mañana, pero el personaje principal, un oficinista, parece extraído de nuestro más miserable presente. Entonces nos encontramos ante un entorno para nada lejano, con un protagonista similar a cualquier persona que hoy en día trabaja en una oficina. Esta proximidad es uno de los aciertos más grandes del libro porque el futuro parece tan cercano que nos lleva a suponer que seguramente será el nuestro.
Sucede algo similar con La carretera, la última novela del escritor norteamericano Cormac MacCarthy. Libro en el que no pude dejar de pensar al leer El oficinista. En ambas hay un futuro tenebroso, un reducido número de personajes, y una historia sencilla, ya sea la lucha por la supervivencia de un hijo, o la descripción de un amor imposible.
Otra cuestión que me llamó la atención en el parecido entre las dos novelas es el salto que han supuesto, en los casos, en la obra de los autores. Yo he leído de Saccomanno La lengua del malón (2003) y El buen dolor (2000), sus libros más celebrados. Y de MacCarthy, Hijo de Dios (1979), Meridiano de Sangre (1985) y Ciudades de la llanura (1998), que forman parte de su serie sobre cowboys, indios, y soldados en la frontera de Estados Unidos y México. Quizás no sea suficiente para realizar un análisis definitivo -sobre todo en MacCarthy-, pero creo ver un gran cambio, hacia el futuro, hacia otra forma de narrar, hacia una literatura más universal. Un escritor con temas bien argentinos como el bombardeo del 55 y el peronismo, y otro que escribe sobre el lejano oeste; de repente nos llevan hacia un mundo distinto, futurista, donde anónimos personajes luchan por sobrevivir en medio de caníbales o perros clonados.
Por otra parte, El oficinista tiene un complejo mundo interno, que es precisamente la vida de las personas en un medio rutinario como lo es una empresa, donde incluso el mundo exterior se desdibuja por momentos y se desarrolla otro universo en el que lo más importante es la autoridad del jefe, la belleza de su secretaria y la cambiante relación con un compañero. Podría decirse que es casi un género en sí mismo, tantas obras relacionadas a las oficinas. Y por eso quiero mencionar a Aníbal Jarkowski y su novela El Trabajo (Tusquets, 2007). También se trata de una novela de oficina, con personajes casi anónimos, y de la tensión sexual que se genera en el triángulo jefe, empleado raso y secretaria. La historia está atravesada por la necesidad de trabajo en un país como Argentina, y por la problemática de la realidad y la representación, que aparece porque la protagonista también es actriz.
La crítica argentina no fue muy favorable con respecto a El oficinista, pero la española ha sido muy elogiosa. Allí, además, ganó el Premio Seix Barral. Esto quizás señale algunas diferencias en la forma de ver la literatura en ambos países, o muestre la importancia con respecto pertenecer o no a los determinados círculos literarios.
Aquí he tenido que hablar de muchas otras novelas para destacar algunos aspectos de El oficinista. Otros críticos y escritores que han comentado la obra de Saccomanno mencionaron los nombres de Arlt, Oesterheld, Kafka, Dostoiveski, Ballar y Philip F. Dick, para trazar una línea en la cual inscribirlo. Creo que es una buena señal, porque esta novela de Saccomanno está a la altura de tantas buenas novelas y autores.

sábado, 31 de julio de 2010

Aquarium, de Marcelo Figueras. Editorial Alfaguara, julio de 2009.





El arte y la pérdida


Marcelo Figueras nació en 1962, ejerció el periodismo durante veinte años, publicó las novelas El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka y La batalla del calentamiento. Además trabajó en guiones de cine como Plata quemada y Las viudas de los jueves junto a Marcelo Piñeyro, y en otros como Rosario Tijeras y el guión de su novela Kamchatka. También tiene un libro para niños y otro con los textos de su blog. En fin, que más no se puede escribir. Y sin embargo la primera pregunta de una entrevista con motivo de la publicación de Aquarium es por qué no lo conoce nadie. Increíble. No porque la pregunta estuviera fuera de lugar. De hecho el mismo Figueras intenta encontrar las causas, dando a entender que es cierto. Increíble es que un autor tan prolífico y cuyo trabajo está por traducirse a siete idiomas no sea reconocido aquí.
No me gusta hacer una reseña comenzado con los datos biográficos del autor, pero en este caso creo que tiene sentido porque la obra, al menos Aquarium, está a la altura de muchas buenas novelas de los buenos escritores actuales, y es prácticamente desconocida por el público general e incluso por habituales lectores de novelas. Entiendo que podría ser porque se trata de un texto que en principio pareciera tener poco que ver con la realidad argentina, y también con la forma de escribir en argentina. Es una obra en la que hay un preocupación por contar una buena historia, y de esa historia se desprenden los conflictos y asuntos sobre los que quiere reflexionar el autor. Hay un estilo elaborado pero que no hace de ello el centro de la novela. El autor cede así la posibilidad de regodearse en su arte con el objetivo final de incluir a los lectores para poder llevarlos a otro mundo, al de la ficción.
El origen de la novela es una crónica sobre la segunda Intifada, y ese trasfondo se deja ver en pasajes extraídos de la realidad que parecen de ficción. Se trata del viaje de Ulises a Tel Aviv, un psicólogo argentino que busca a sus hijos, y lo que le sucede en esa búsqueda que se hace cada vez más larga. Allí aparecen los otros personajes: Irit, una artista que será su amante; Fayed, un taxista palestino que arriesgará su vida para ayudarlo; David y Mariam, una pareja de ancianos estadounidenses; y Danny, un niño sin padres. Los temas son la incomunicación entre las personas y la pérdida de los seres queridos, en medio de una sociedad donde la religión y la política empiezan o terminan en la intolerancia y la violencia.
Aquarium es una novela que describe un mundo lejano de una manera que no se asemeja a las maneras de muchas novelas argentinas, y sin embargo dice tanto sobre nuestro país y sus formas que merece ser recomendada.

miércoles, 21 de julio de 2010


Viaje a la tierra de la Eterna

En una excursión a la librería Eterna Cadencia en el barrio de Palermo, ciudad de Buenos Aires, he recolectado varios libros que ellos mismos editan. Los amables y sabios libreros no se limitan a recomendar los volúmenes que publican bajo su sello sino todo lo que les parece de calidad. No es poco ni común. Esta es una primera aproximación a los autores por los que ellos han apostado.




Cuarteto para autos viejos, de Miguel Vitagliano.
Editorial Eterna Cadencia, junio 2008.

Cuarteto para autos viejos es una novela corta que se va armando desde las historias de los distintos personajes en cada uno de los capítulos. El mismo autor dice que pensó la estructura como un cuarteto musical, con dos timbres masculinos y dos femeninos. Esos personajes son un taxista que convive con su mujer aunque estén separados, el primo de esa mujer que es su amante, la mujer de ese hombre que es abogada y cuida de un niño, y finalmente una enfermera que es hermana del padre del niño. Es una novela de ciudad y sus temas son el amor, el desamor y el control entre las personas.
No me parece importante que el autor explique cómo pensó la estructura de la novela, porque muchas veces es esa un trampa en la que los escritores caen sin ninguna necesidad más que la de aferrarse a una idea previa y terminan forzando las cosas para respetar un plan que nadie les impuso. No es este el caso. Las historias funcionan, solas y en relación a las otras. Por un momento parece que no están relacionadas pero al fin se juntan, aunque no hace de eso una intriga ya que entre un capítulo y otro el lector identifica los personajes que pasan de secundarios a principales. Este recurso trae a mi criterio dos consecuencias. La primera, que se consigue el efecto deseado por el autor de que los lectores sepan incluso más que los personajes sobre lo que está sucediendo. La segunda, que al principio del cuarto capítulo, la novela parece que ya ha entregado lo mejor de su historia, el acontecimiento en el que los personajes confluyen.
La estructura me recordó a Amores Perros, esa película mexicana que cuenta historias paralelas, y en cuyo transcurso nos preguntamos cómo el director terminará dándoles un final, asunto que resuelve con un choque de autos. Algo similar sucede aquí mientras se lee la novela.
Un último comentario con respecto al lenguaje, tan sobrio y preciso, que en la página 82 la primera comparación resalta de entre todas las líneas: “Blandas. Así eran las manos del muchacho. Como gotas de lluvia”.
La novela funciona como un mecanismo exacto, como un cuarteto de viejo de músicos cansados; y la música que tocan, aunque triste, está repleta de las cosas de la vida.
Vitagliano ha publicado una novela nueva en estos días, es la novena, de ella sostiene que es su mejor obra. Se titula El otro de mí, espero ansioso poder leerla.


La Virgen Cabeza, de Gabriela Cabezón Cámara.
Editorial Eterna Cadencia, mayo 2009.

Después de leer Cuarteto para autos viejos, La Virgen Cabeza parece de otro mundo, con un lenguaje exuberante y una historia original, llena de palabras y personajes marginales, nos lleva por delante desde el primer momento. Básicamente la historia es la de una mujer periodista que vive en el Gran Buenos Aires y después de conocer a un travesti milagroso, de quien se enamora, termina viviendo en una villa. Hay una descripción de la vida y los personajes que conviven allí y un final trágico en el que casi todos mueren salvo los protagonistas.
No está muy bien contar así la historia, pero debo hacerlo por el problema que plantea, a mi juicio, la novela. Es el tema de “lo otro” en la escritura, cómo representar lo desconocido, cómo narrarlo, y en el camino de hacerlo no ser despectivo hacia lo distinto. Es un dilema de los intelectuales porque el acercamiento siempre será, en este caso, desde el escritor hacia lo que es ajeno y marginal. Y es difícil contar lo diferente con las herramientas de quien está afuera. Se puede hacer desde un narrador escondido, como por ejemplo en Bolivia construcciones, la novela de Pablo Di Nucci, en la que quien cuenta es un joven boliviano; o desde un narrador externo como en La Virgen Cabeza, que no oculta sus diferencias para contar qué es lo que sucede. Esta última opción es muy valiente porque pone en escena las diferencias y desde allí apuesta a narrar.
Ese problema de narrar “lo otro” termina muy mal, como dije, con una masacre. Y es lógico porque lo distinto siempre tiende a ser eliminado. Cuando la historia parece detenerse y ya no hay hacia dónde ir sólo resta la destrucción de lo diferente. En ese momento hay un quiebre y el argumento nos arrastra hacia otra realidad que poco parece tener que ver con la historia pero que es muy propia de tantas novelas de hoy con finales que apuestan a cambios más que radicales en sus tramas.
Una última mención para un libro que me trajo al recuerdo La Virgen Cabeza, es “La lengua del malón”, de Saccomanno, que leí en estos días para otra crítica, y dónde también se narra la historia de dos mujeres, lesbianas en ese caso, que también quieren irse del país a vivir en libertad, aunque con un final más trágico.
Me queda recomendar La Virgen Cabeza, porque aunque hay quienes vieron en la destrucción de la villa un gesto apocalíptico y melodramático, creo que la novela no hace más que desnudar la forma de pensar de la sociedad en la que vivimos.


Frío en Alaska, de Matías Capelli.
Editorial Eterna Cadencia, agosto de 2008.

Un día Dalmiro Sáenz me dijo que cuando leyó a ¨ese turco hijo de puta¨ no pudo hacer otra cosa que dejar de escribir. Hablábamos de Juan José Saer. En realidad no comentamos mucho más porque no él quería profundizar sobre el tema. Pero pensé lo mismo cuando en la solapa de Frío en Alaska leí que Matías Capelli había nacido en 1982. Porque el libro es muy bueno, pero para alguien que aún no cumplió los treinta años es más que un buen libro.
A pesar de ser un texto corto hay en él señales de la buena literatura. Lo primero que el personaje principal es profundo, argentino como todo inmigrante, apenas fuera del ritmo de la ciudad, y evoluciona en cada relato hacia una soledad más muda y distante. Algo similar sucede con la representación de la realidad, siempre ajena, la historia de una novia en Londres reconstruida desde Buenos Aires, una comida con su familia, un viaje a un pueblo perdido tras una salina.
Son cuatro relatos que se consumen en apenas una tarde y que nos dejan esperando el próximo libro de este joven autor tan prometedor.


Glaxo, de Hernán Ronsino.
Editorial Eterna Cadencia, junio de 2009.

Ronsino ha publicado un libro de cuentos “Te vomitaré de mi boca” y la novela “La descomposición”. Glaxo es un libro a medias entre los dos géneros, escrito a partir de textos breves con un lenguaje muy cuidado, casi poético por momentos. Cada capítulo podría leerse como un cuento a partir del cual luego se formará la novela. Se trata de capítulos ordenados por años que avanzan hacia el pasado (1973, 1985, 1966 y 1959). En la historia se narran hechos de la vida de un pueblo del interior bonaerense y lo que allí ocurre con sus habitantes cuando hay un crimen.
Sarlo hizo una crítica del libro destacando que su máxima cualidad es no ir detrás de las modas como tantos autores argentinos contemporáneos. Lo sitúa en la tradición de Saer y Conti. Ronsino no es cool, dice, y su literatura no se inscribe en los lineamientos de la literatura actual, que responde a la vocación periodística de ofrecer a sus lectores noticias sobre usos y costumbres.
El peluquero Vardemann, la Negra Miranda, el Suboficial Folcada, Miguelito, el Gordo Montes, el Bicho Souza, son personajes que podrían vivir en cualquier pueblo de la argentina profunda. La historia está bien contada, y, quizás por lo breve, nos deja con ganas de más. Ya está esperando sobre mi mesa ¨La descomposición¨, donde creo también aparecen algunos de los personajes de Glaxo.

domingo, 4 de julio de 2010

La letra e, Fragmentos de un diario
de Augusto Monterroso. Editorial Alfaguara, 1998, Madrid
(Primera edición 1986)





El mundo según Augusto



No voy a escribir sobre este libro porque sería como intentar traducir una traducción del mundo. Monterroso habla de muchos asuntos, pero en especial de libros, de escritores, de sus relaciones: todo filtrado a través de su cabeza.
Quizás no sea muy entretenido para quien no pertenece a ese ambiente, pero el ingenio y la lucidez que inundan casi todos los textos invita a reproducirlos. Como las buenas historias, cada anécdota o reflexión nos hacen levantar la mirada de las páginas buscando a quién contarle lo que estamos leyendo.
Así que no haré otra cosa que reproducir algunos de esos textos.
Un detalle, último, los textos van del año 1983 hasta mediados de 1985, y aunque es verdad que allí está contenida la esencia de sus reflexiones, cualquier lector desea que en algún cajón olvidado estén guardadas con celo las páginas que continúan este diario.


Las buenas maneras
El libro es una conversación. La conversación es un arte, un arte educado. Las conversaciones bien educadas evitan los monólogos muy largos, y por eso las novelas vienen a ser un abuso del trato con los demás. El novelista es así un ser mal educado que supone a sus interlocutores dispuestos a escucharlo durante días. Quiero entenderme. Que sea mal educado no quiere decir que no sea encantador; no se trata de eso y estas líneas no pretenden ser parte de un manual de buenas maneras. Bien por la mala educación de Tolstoi, de Victor Hugo. Pero, como quiera que sea, es cierto que hay algo más urbano en los cuentos y en los ensayos. […]

Dualidades
Uno es dos: el escritor que escribe (que puede ser malo) y el escritor que corrige (que debe ser bueno). A veces de los dos no se hace uno. Y es mejor todavía ser tres, si el tercero es el que tacha sin siquiera corregir. ¿Y si además hay un cuarto que lee y al que los tres primeros han de convencer de que sí o de que no, o que debe convencerlos a ellos en igual sentido? No es esto lo que quería decir Walt Whitman con su “Soy una multitud”, pero se parece bastante.

El signo ominoso
En una charla cualquiera uno escucha de pronto cierta frase reveladora, soltada así, al pasar, casi sin que se note, entre otras dichas igualmente sin mayor intención:
-Fulano de Tal te quiere mucho; en las conversaciones siempre te defiende.

Hábitos
¿Los libros a que uno vuelve son siempre los mejores o que considera mejores? No siempre. A algunos se regresa una y otra vez por costumbre o hábito; en ocasiones hasta como se vuelve a ver un amigo que nos cae mal.

Las causas
Hay que someterse a una causa; pero no a las exigencias de otros amigos a esa causa.

Ser uno mismo
Un escritor no es nunca él mismo hasta que comienza a imitar libremente a otros. Esta libertad lo afirma y ya no le importa si lo suyo se parecerá a lo de éste o a lo de aquél. Claro que ser él mismo no lo hace mejor que otros.

Tus libros y los míos
Esta mañana, en casa de mi amigo ausente, cuento con tiempo de sobra para ver sus libros, y no termino de asombrarme de la gran diferencia de nuestros intereses, de la diversidad de los mundos por lo que cada mente navega.
Y así con todas las bibliotecas personales de hoy. Predominará en unas el inglés y el español (la mía); en otras el francés y el inglés (ésta); en unas lo contemporáneo y lo heterogéneo (ésta); en otras (la mía) lo clásico y en cierta forma afín.
Surge, mientras paso de un estante a otro, la pregunta: ¿cómo nos entendemos –si es que nos entendemos– hoy, cuando tantos libros y teorías –incluso dentro de la literatura- nos separan?

Único propósito nuevo de Año Nuevo
Perdonar a mis colegas ser mejores escritores que yo.

Tempos fugit
El tiempo me parece cada vez menos. Antes cuando leía un libro especialmente bueno, lo disfrutaba con la esperanza de releerlo algún día; si por acaso, por fin, ahora lo releo, siento que probablemente no habrá otra oportunidad.

El escritor
No hay otra: tengo sentimiento de inferioridad.
El mundo me queda grande, el mundo de la literatura; y cuantos escriben hoy, o se han adelantado a escribir antes, son mejores escritores que yo, por malos que puedan parecer. Ven más, son más listos, perciben cosas que yo no alcanzo a detectar a mi alrededor ni en los libros.
Esto me hace envidioso: envidio que estén ahí, en el periódico de esta mañana, en la revista que hojeo, ocupando el lugar en que debería estar yo, en vivo o comentando. Después de todo, lo que dicen yo lo he pensado antes, lo dije hace mucho y hasta debería haberlo escrito. Y sin embargo, durante un instante, aunque se trate de esa basura siento el impulso de imitarlos. Por fortuna, el tiempo pasa con su borrador y me olvido; pero los intervalos son demasiado breves y ya estoy leyendo a otro. […]

Ideal literario
Fijar escenas para preservarlas de la destrucción del tiempo

Un buen principio
Decir lo que uno quiere decir; no lo que uno piensa que los demás desean oír.

Transparencias
-En todo lo que escribo oculto más de lo que revelo.
-Eso crees.

Así es la cosa
Comprender es perdonar. Como no comprendo tu libro, no te perdono.

martes, 29 de junio de 2010

Las teorías salvajes, de Pola Oloixarac

Las teorías salvajes, de Pola Oloixarac. Editorial Entropía. 2008. Argentina.



Los bordes del océano

Es difícil escribir sobre un libro del que ya todos han dicho algo. Más difícil aún porque muchos no han opinado sobre el texto sino sobre la autora. Y me parece que a ningún escritor le gustaría que opinen sobre el tamaño de su inteligencia o el de sus tetas. (A mí no, al menos, y no tanto del de mi inteligencia) O que hablen del grado de su belleza o del color de sus botas, o de si fue simpática respondiendo las preguntas de un periodista en Madrid. Aunque se argumente que ella misma da el puntapié inicial con algunas declaraciones, y también presentándose como una diva de la calle Corrientes (o Puán) en la tapa de una revista; no importa, si te interesa la literatura, no importa. Nada importa casi. Sólo importan los libros.
Dicho esto, que casi parece un manifiesto de alguna olvidada teoría, voy a hablar del libro.
Es una buena novela. Aunque a mí no me gustó, y trataré de explicar por qué, hay que decir lo que uno cree, ser lo más honesto posible. Como siempre, cuando se discute tanto algunos terminaron por decir que no es tan buena ni está tan mal.
A mí me parece una buena novela.
Lo mejor es que trata sobre temas poco comunes en la literatura argentina. Y no lo digo por su crítica a la militancia de los setenta o hacia los círculos universitarios, sino por el retrato de los jóvenes en el Buenos Aires de hoy. Historias cercanas que nos llevan a pensar en esos jóvenes que pueden ser nuestros sobrinos, los hijos de un amigo, o los propios hijos, como extraños seres de quienes sólo conocemos una máscara que utilizan frente a la familia. Entramos en un mundo de referencias distintas, de intereses cambiantes, de prácticas desconocidas. Es ficción, pero casi es una crónica urbana. Ficción de la actualidad.
También me gustó cuando las historias se empiezan a desarrollar y toman un poco de vuelo. Aunque son pocos momentos, recuerdo el primer encuentro en un departamento de dos artistas más que contemporáneos, un viaje a una isla del Tigre para descubrir un olvidado monumento peronista, un profesor de excursión por África, una fiesta nocturna en Buenos Aires; y, el mejor, un robo en una plaza, narrado por una voz que si no fuera femenina parecería la de Ignatius Reilly, de La conjura de los necios. Una mujer, pienso ahora, (no Pola, otra, la narradora, cómo se explica hacia el final, más alta y que no usa anteojos), que podría se la novia de Ignatius en un mundo de novela.
Entiendo que esta es un poco la discusión que tuvieron la autora y Juan Terranova, en Eterna Cadencia. Terranova dijo algo así como que la Filosofía ya no tenía objeto de estudio, y en realidad lo que estaba diciendo, creo, es que está a favor de la Narración. No es un buen argumento decir eso de la Filosofía porque cualquiera podría decir que ya todas las historias han sido contadas, y todo debate terminaría en esos lugares comunes. Pero lo cierto es que hay poca narración en Las teorías salvajes, esos momentos que detallo más arriba y no mucho más. Apenas el lector entra en el ritmo, encuentra el paso, hay una interrupción, un corte que te desanima, y, lo digo ya, que aburre.
La incorporación de textos ajenos, como un recurso narrativo, en infinitas oportunidades, me parece ajeno a la novela, más propio de un ensayo o una columna periodística. En una novela, interrumpe, aburre, y molesta. Quizás sólo se salven de esta crítica algunas historias cortitas sobre rituales nativos, el diario de una militante, bastante gracioso porque sólo habla de amor, o la descripción de algunas obras de arte. Pero nos encontramos con mucha explicación filosófica, cierta o no, no importa, con largas citas sobre computación o un manual de guerrilla urbana en portugués, con un horóscopo, con fotografías, con historieta, con muchas frases de otros libros y a veces en otros idiomas.
En ese sentido, lo último que quiero decir, es que me recordó mucho a Nocilla Dream, de Agustín Fernández Mallo, un libro de Editorial Candaya publicado también en 2008, y sobre el cual se polemizó en España en un sentido muy parecido al que se lo hizo con Las teorías salvajes.
Allí se hablaba de una renovación de la literatura, por tratarse un texto similar, y de autores jóvenes, o nuevos, que no es lo mismo pero a veces lo parece. Al respecto Patricio Pron, en su muy buen y profundo blog de El boomeran(g), escribe, los días 26 y 28 de abril de 2010, unos artículos que abordan los mismos problemas que aquí se plantearon. Lo voy a citar porque vale la pena:

los "nocilleros" […] no poseen un programa estético común pero coinciden en adherir al propuesto por Fernández Mallo, los elementos de cuya "narrativa
postpoética", consistente en "crear artefactos híbridos entre la ciencia y lo que tradicionalmente llamamos literatura" (Nocilla Experience 57, cursivas del autor), estaban ya presentes casi en su totalidad en Nocilla Dream: ausencia de linealidad, apropiación a través de la cita de discursos provenientes principalmente de las ciencias naturales, fragmentación, ensayismo, cita
apócrifa, utilización de gráficos y fotografías, reescritura, intertextualidad y rechazo a las convenciones que distribuyen la información narrativa en las unidades canónicas de introducción, nudo y desenlace; en el plano argumental, preferencia por los paisajes de circulación como fronteras, estepas y desiertos por los que deambulan personajes solos que parecen desplazarse de ninguna parte a ninguna otra en procura de un sentido siempre esquivo, ausencia absoluta de humor, interés por elementos de las ciencias naturales -en particular por la teoría de las catástrofes, la del caos y la de conjuntos y la de sistemas complejos-, cuyas directrices sirven para comprender los destinos de los personajes, por la técnica cinematográfica, por la cultura popular "alta" -The Smiths, Siniestro Total, David Lynch, Radiohead, Francis Ford Coppola, Sr. Chinarro-, equiparación mediante la cita de textos heterogéneos como artículos de periódicos, miscelánea en la Red, anuncios publicitarios, diálogos de filmes y otros, interés por el arte conceptual, el minimalismo, el land art, etcétera.



Después de analizar los recursos utilizados en los tres libros de Fernández Mallo, y de dar ejemplos de autores que ya los habían empleado, para así descartar el amparo que implica la categoría “nuevo”; Pron se pregunta algo sencillo:


…el final de la trilogía Nocilla invita al lector a preguntarse qué escribirá a continuación su autor y si lo hará por fuera de la estrategia de intervención colectiva que le encumbró y sin el pesado paraguas de una "teoría" inconsistente.


No quiero extenderme más, pero fue esa la misma pregunta que me asaltó como escritor al terminar de leer Nocilla y Las teorías. Ahora: ¿Es justo criticar un libro por los próximos que escribirá su autor?
Creo que valía lo extenso de las citas, y del artículo, para rescatar esas preguntas sobre la novedad y sobre la continuación cuando se plantea todo en términos absolutos de ruptura e ingenio.
¿Hay una nueva literatura? ¿Es éste un verdadero debate a ambos lados del océano? No pareciera.