miércoles, 21 de julio de 2010


Viaje a la tierra de la Eterna

En una excursión a la librería Eterna Cadencia en el barrio de Palermo, ciudad de Buenos Aires, he recolectado varios libros que ellos mismos editan. Los amables y sabios libreros no se limitan a recomendar los volúmenes que publican bajo su sello sino todo lo que les parece de calidad. No es poco ni común. Esta es una primera aproximación a los autores por los que ellos han apostado.




Cuarteto para autos viejos, de Miguel Vitagliano.
Editorial Eterna Cadencia, junio 2008.

Cuarteto para autos viejos es una novela corta que se va armando desde las historias de los distintos personajes en cada uno de los capítulos. El mismo autor dice que pensó la estructura como un cuarteto musical, con dos timbres masculinos y dos femeninos. Esos personajes son un taxista que convive con su mujer aunque estén separados, el primo de esa mujer que es su amante, la mujer de ese hombre que es abogada y cuida de un niño, y finalmente una enfermera que es hermana del padre del niño. Es una novela de ciudad y sus temas son el amor, el desamor y el control entre las personas.
No me parece importante que el autor explique cómo pensó la estructura de la novela, porque muchas veces es esa un trampa en la que los escritores caen sin ninguna necesidad más que la de aferrarse a una idea previa y terminan forzando las cosas para respetar un plan que nadie les impuso. No es este el caso. Las historias funcionan, solas y en relación a las otras. Por un momento parece que no están relacionadas pero al fin se juntan, aunque no hace de eso una intriga ya que entre un capítulo y otro el lector identifica los personajes que pasan de secundarios a principales. Este recurso trae a mi criterio dos consecuencias. La primera, que se consigue el efecto deseado por el autor de que los lectores sepan incluso más que los personajes sobre lo que está sucediendo. La segunda, que al principio del cuarto capítulo, la novela parece que ya ha entregado lo mejor de su historia, el acontecimiento en el que los personajes confluyen.
La estructura me recordó a Amores Perros, esa película mexicana que cuenta historias paralelas, y en cuyo transcurso nos preguntamos cómo el director terminará dándoles un final, asunto que resuelve con un choque de autos. Algo similar sucede aquí mientras se lee la novela.
Un último comentario con respecto al lenguaje, tan sobrio y preciso, que en la página 82 la primera comparación resalta de entre todas las líneas: “Blandas. Así eran las manos del muchacho. Como gotas de lluvia”.
La novela funciona como un mecanismo exacto, como un cuarteto de viejo de músicos cansados; y la música que tocan, aunque triste, está repleta de las cosas de la vida.
Vitagliano ha publicado una novela nueva en estos días, es la novena, de ella sostiene que es su mejor obra. Se titula El otro de mí, espero ansioso poder leerla.


La Virgen Cabeza, de Gabriela Cabezón Cámara.
Editorial Eterna Cadencia, mayo 2009.

Después de leer Cuarteto para autos viejos, La Virgen Cabeza parece de otro mundo, con un lenguaje exuberante y una historia original, llena de palabras y personajes marginales, nos lleva por delante desde el primer momento. Básicamente la historia es la de una mujer periodista que vive en el Gran Buenos Aires y después de conocer a un travesti milagroso, de quien se enamora, termina viviendo en una villa. Hay una descripción de la vida y los personajes que conviven allí y un final trágico en el que casi todos mueren salvo los protagonistas.
No está muy bien contar así la historia, pero debo hacerlo por el problema que plantea, a mi juicio, la novela. Es el tema de “lo otro” en la escritura, cómo representar lo desconocido, cómo narrarlo, y en el camino de hacerlo no ser despectivo hacia lo distinto. Es un dilema de los intelectuales porque el acercamiento siempre será, en este caso, desde el escritor hacia lo que es ajeno y marginal. Y es difícil contar lo diferente con las herramientas de quien está afuera. Se puede hacer desde un narrador escondido, como por ejemplo en Bolivia construcciones, la novela de Pablo Di Nucci, en la que quien cuenta es un joven boliviano; o desde un narrador externo como en La Virgen Cabeza, que no oculta sus diferencias para contar qué es lo que sucede. Esta última opción es muy valiente porque pone en escena las diferencias y desde allí apuesta a narrar.
Ese problema de narrar “lo otro” termina muy mal, como dije, con una masacre. Y es lógico porque lo distinto siempre tiende a ser eliminado. Cuando la historia parece detenerse y ya no hay hacia dónde ir sólo resta la destrucción de lo diferente. En ese momento hay un quiebre y el argumento nos arrastra hacia otra realidad que poco parece tener que ver con la historia pero que es muy propia de tantas novelas de hoy con finales que apuestan a cambios más que radicales en sus tramas.
Una última mención para un libro que me trajo al recuerdo La Virgen Cabeza, es “La lengua del malón”, de Saccomanno, que leí en estos días para otra crítica, y dónde también se narra la historia de dos mujeres, lesbianas en ese caso, que también quieren irse del país a vivir en libertad, aunque con un final más trágico.
Me queda recomendar La Virgen Cabeza, porque aunque hay quienes vieron en la destrucción de la villa un gesto apocalíptico y melodramático, creo que la novela no hace más que desnudar la forma de pensar de la sociedad en la que vivimos.


Frío en Alaska, de Matías Capelli.
Editorial Eterna Cadencia, agosto de 2008.

Un día Dalmiro Sáenz me dijo que cuando leyó a ¨ese turco hijo de puta¨ no pudo hacer otra cosa que dejar de escribir. Hablábamos de Juan José Saer. En realidad no comentamos mucho más porque no él quería profundizar sobre el tema. Pero pensé lo mismo cuando en la solapa de Frío en Alaska leí que Matías Capelli había nacido en 1982. Porque el libro es muy bueno, pero para alguien que aún no cumplió los treinta años es más que un buen libro.
A pesar de ser un texto corto hay en él señales de la buena literatura. Lo primero que el personaje principal es profundo, argentino como todo inmigrante, apenas fuera del ritmo de la ciudad, y evoluciona en cada relato hacia una soledad más muda y distante. Algo similar sucede con la representación de la realidad, siempre ajena, la historia de una novia en Londres reconstruida desde Buenos Aires, una comida con su familia, un viaje a un pueblo perdido tras una salina.
Son cuatro relatos que se consumen en apenas una tarde y que nos dejan esperando el próximo libro de este joven autor tan prometedor.


Glaxo, de Hernán Ronsino.
Editorial Eterna Cadencia, junio de 2009.

Ronsino ha publicado un libro de cuentos “Te vomitaré de mi boca” y la novela “La descomposición”. Glaxo es un libro a medias entre los dos géneros, escrito a partir de textos breves con un lenguaje muy cuidado, casi poético por momentos. Cada capítulo podría leerse como un cuento a partir del cual luego se formará la novela. Se trata de capítulos ordenados por años que avanzan hacia el pasado (1973, 1985, 1966 y 1959). En la historia se narran hechos de la vida de un pueblo del interior bonaerense y lo que allí ocurre con sus habitantes cuando hay un crimen.
Sarlo hizo una crítica del libro destacando que su máxima cualidad es no ir detrás de las modas como tantos autores argentinos contemporáneos. Lo sitúa en la tradición de Saer y Conti. Ronsino no es cool, dice, y su literatura no se inscribe en los lineamientos de la literatura actual, que responde a la vocación periodística de ofrecer a sus lectores noticias sobre usos y costumbres.
El peluquero Vardemann, la Negra Miranda, el Suboficial Folcada, Miguelito, el Gordo Montes, el Bicho Souza, son personajes que podrían vivir en cualquier pueblo de la argentina profunda. La historia está bien contada, y, quizás por lo breve, nos deja con ganas de más. Ya está esperando sobre mi mesa ¨La descomposición¨, donde creo también aparecen algunos de los personajes de Glaxo.

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