martes, 29 de junio de 2010

Las teorías salvajes, de Pola Oloixarac

Las teorías salvajes, de Pola Oloixarac. Editorial Entropía. 2008. Argentina.



Los bordes del océano

Es difícil escribir sobre un libro del que ya todos han dicho algo. Más difícil aún porque muchos no han opinado sobre el texto sino sobre la autora. Y me parece que a ningún escritor le gustaría que opinen sobre el tamaño de su inteligencia o el de sus tetas. (A mí no, al menos, y no tanto del de mi inteligencia) O que hablen del grado de su belleza o del color de sus botas, o de si fue simpática respondiendo las preguntas de un periodista en Madrid. Aunque se argumente que ella misma da el puntapié inicial con algunas declaraciones, y también presentándose como una diva de la calle Corrientes (o Puán) en la tapa de una revista; no importa, si te interesa la literatura, no importa. Nada importa casi. Sólo importan los libros.
Dicho esto, que casi parece un manifiesto de alguna olvidada teoría, voy a hablar del libro.
Es una buena novela. Aunque a mí no me gustó, y trataré de explicar por qué, hay que decir lo que uno cree, ser lo más honesto posible. Como siempre, cuando se discute tanto algunos terminaron por decir que no es tan buena ni está tan mal.
A mí me parece una buena novela.
Lo mejor es que trata sobre temas poco comunes en la literatura argentina. Y no lo digo por su crítica a la militancia de los setenta o hacia los círculos universitarios, sino por el retrato de los jóvenes en el Buenos Aires de hoy. Historias cercanas que nos llevan a pensar en esos jóvenes que pueden ser nuestros sobrinos, los hijos de un amigo, o los propios hijos, como extraños seres de quienes sólo conocemos una máscara que utilizan frente a la familia. Entramos en un mundo de referencias distintas, de intereses cambiantes, de prácticas desconocidas. Es ficción, pero casi es una crónica urbana. Ficción de la actualidad.
También me gustó cuando las historias se empiezan a desarrollar y toman un poco de vuelo. Aunque son pocos momentos, recuerdo el primer encuentro en un departamento de dos artistas más que contemporáneos, un viaje a una isla del Tigre para descubrir un olvidado monumento peronista, un profesor de excursión por África, una fiesta nocturna en Buenos Aires; y, el mejor, un robo en una plaza, narrado por una voz que si no fuera femenina parecería la de Ignatius Reilly, de La conjura de los necios. Una mujer, pienso ahora, (no Pola, otra, la narradora, cómo se explica hacia el final, más alta y que no usa anteojos), que podría se la novia de Ignatius en un mundo de novela.
Entiendo que esta es un poco la discusión que tuvieron la autora y Juan Terranova, en Eterna Cadencia. Terranova dijo algo así como que la Filosofía ya no tenía objeto de estudio, y en realidad lo que estaba diciendo, creo, es que está a favor de la Narración. No es un buen argumento decir eso de la Filosofía porque cualquiera podría decir que ya todas las historias han sido contadas, y todo debate terminaría en esos lugares comunes. Pero lo cierto es que hay poca narración en Las teorías salvajes, esos momentos que detallo más arriba y no mucho más. Apenas el lector entra en el ritmo, encuentra el paso, hay una interrupción, un corte que te desanima, y, lo digo ya, que aburre.
La incorporación de textos ajenos, como un recurso narrativo, en infinitas oportunidades, me parece ajeno a la novela, más propio de un ensayo o una columna periodística. En una novela, interrumpe, aburre, y molesta. Quizás sólo se salven de esta crítica algunas historias cortitas sobre rituales nativos, el diario de una militante, bastante gracioso porque sólo habla de amor, o la descripción de algunas obras de arte. Pero nos encontramos con mucha explicación filosófica, cierta o no, no importa, con largas citas sobre computación o un manual de guerrilla urbana en portugués, con un horóscopo, con fotografías, con historieta, con muchas frases de otros libros y a veces en otros idiomas.
En ese sentido, lo último que quiero decir, es que me recordó mucho a Nocilla Dream, de Agustín Fernández Mallo, un libro de Editorial Candaya publicado también en 2008, y sobre el cual se polemizó en España en un sentido muy parecido al que se lo hizo con Las teorías salvajes.
Allí se hablaba de una renovación de la literatura, por tratarse un texto similar, y de autores jóvenes, o nuevos, que no es lo mismo pero a veces lo parece. Al respecto Patricio Pron, en su muy buen y profundo blog de El boomeran(g), escribe, los días 26 y 28 de abril de 2010, unos artículos que abordan los mismos problemas que aquí se plantearon. Lo voy a citar porque vale la pena:

los "nocilleros" […] no poseen un programa estético común pero coinciden en adherir al propuesto por Fernández Mallo, los elementos de cuya "narrativa
postpoética", consistente en "crear artefactos híbridos entre la ciencia y lo que tradicionalmente llamamos literatura" (Nocilla Experience 57, cursivas del autor), estaban ya presentes casi en su totalidad en Nocilla Dream: ausencia de linealidad, apropiación a través de la cita de discursos provenientes principalmente de las ciencias naturales, fragmentación, ensayismo, cita
apócrifa, utilización de gráficos y fotografías, reescritura, intertextualidad y rechazo a las convenciones que distribuyen la información narrativa en las unidades canónicas de introducción, nudo y desenlace; en el plano argumental, preferencia por los paisajes de circulación como fronteras, estepas y desiertos por los que deambulan personajes solos que parecen desplazarse de ninguna parte a ninguna otra en procura de un sentido siempre esquivo, ausencia absoluta de humor, interés por elementos de las ciencias naturales -en particular por la teoría de las catástrofes, la del caos y la de conjuntos y la de sistemas complejos-, cuyas directrices sirven para comprender los destinos de los personajes, por la técnica cinematográfica, por la cultura popular "alta" -The Smiths, Siniestro Total, David Lynch, Radiohead, Francis Ford Coppola, Sr. Chinarro-, equiparación mediante la cita de textos heterogéneos como artículos de periódicos, miscelánea en la Red, anuncios publicitarios, diálogos de filmes y otros, interés por el arte conceptual, el minimalismo, el land art, etcétera.



Después de analizar los recursos utilizados en los tres libros de Fernández Mallo, y de dar ejemplos de autores que ya los habían empleado, para así descartar el amparo que implica la categoría “nuevo”; Pron se pregunta algo sencillo:


…el final de la trilogía Nocilla invita al lector a preguntarse qué escribirá a continuación su autor y si lo hará por fuera de la estrategia de intervención colectiva que le encumbró y sin el pesado paraguas de una "teoría" inconsistente.


No quiero extenderme más, pero fue esa la misma pregunta que me asaltó como escritor al terminar de leer Nocilla y Las teorías. Ahora: ¿Es justo criticar un libro por los próximos que escribirá su autor?
Creo que valía lo extenso de las citas, y del artículo, para rescatar esas preguntas sobre la novedad y sobre la continuación cuando se plantea todo en términos absolutos de ruptura e ingenio.
¿Hay una nueva literatura? ¿Es éste un verdadero debate a ambos lados del océano? No pareciera.

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