lunes, 20 de febrero de 2012

Los hijos únicos, de Manuel Crespo, Gárgola, 2010, Buenos Aires. 



Amigos de pueblo

    Con esta son tres las novelas que he leído de la colección Laura Palmer no ha muerto, de Ediciones Gárgola. Es una editorial que da oportunidades a jóvenes escritores, y tiene uno de los pocos concursos del que se habla bien. Esta novela de Manuel Crespo obtuvo el primer puesto en la edición 2010.
    Se trata de una novela extensa, narrada en primera persona, pero casi plural, porque cuenta los días de un grupo de amigos en un pueblo del interior. Pepi, quien cuenta la historia, Lucas, Ramón y Mario. Lo que ya parece un género en sí mismo, el tema de los primeros años de juventud, los 90’, el tránsito a la adultez. Pienso en los que he leído, Los mantenidos, de Lezcano; y Los años felices, de Robles. Y en Casas, que aparece como el primero, aunque reflejando otro momento, con sus cuentos sobre la barra de amigos en Boedo.
    Todo transcurre en Campo Labrado, desde que están cursando cuarto año y conocen a “la yunta”, un grupo de amigos de quinto. Luego es casi todo referido a lo vivido en el pueblo, interrumpido por la enfermedad y muerte de la madre de Lucas. También hay un viaje de egresados, y después otro de mochileros hasta Ushuaia. Es este último Lucas decide irse a vivir a Chile. Para entonces Pepi ya está estudiando en Buenos Aires, donde luego se quedará a trabajar de periodista. Los amigos se separan.
    Luli, el protagonista y narrador, cuenta los hechos que ya transcurrieron, desde su presente en Buenos Aires, ubicado varios años más allá de la historia del pueblo. Quizás por eso el texto tiene un dejo de distanciamiento. El lector no va descubriendo la historia con quien la cuenta, y entonces, por momentos, se tiene la sensación de leer un diario íntimo.
    Por eso la novela toma vuelo cuando algunos personajes cuentan una historia. Es el caso de Ramón que en una reunión de amigos explica con detalle cómo “se levanta una rolinaga”; Lucas contando un accidente de camión en un camino de montaña; Luli recordando el día que pasaron en la laguna de los Pirán. Y sobre todo, cuando Lucas cuenta su discusión en Chile con su patrón, casi el único momento de conflicto y tensión de la novela, junto con la pelea con su padre.
    Creo que ese es el problema de la novela, que no hay casi conflicto, que se trata de un mundo idílico, sin problemas, y por eso aburrido, donde lo único que importa al protagonista es contar esa adolescencia larga y sin sentido.
    Un párrafo aparte para el hecho de que el narrador también sea escritor. Otro más de la larga lista. Puede ser que se trate de algo personal, pero ¿todos los protagonistas de las novelas van a ser escritores? Yo creo que la novela puede ser muchas cosas, y también un artefacto con el cual reflexionar sobre la escritura, pero no necesariamente, siempre, con el mismo recurso del narrador-protagonista-escritor.
    El punto límite en esta novela es el capítulo siete, donde se reflexiona acerca de Faulkner, y la influencia del autor norteamericano en la escritura del narrador. Es demasiado, y muy difícil hacer un análisis serio a partir de un nombre como ése, aunque más no sea para la sola mención de los escenarios donde los escritores ubican a sus personajes.
    Parece muy crítica esta reseña, aunque en verdad creo que no está tan mal la novela. Tiene problemas, como los que tiene todo texto de todo escritor joven. Pero tiene virtudes también, algo que no siempre ocurre. Cuando cuenta, sin preocuparse por lo que el mismo narrador llama el marco, y el lector logra entrar en el ritmo, aparece la mejor literatura.