martes, 30 de agosto de 2011

Formas de volver a casa, Alejandro Zambra, Anagrama, 2011, Barcelona.





El amor en las calles de Chile

Qué lindos son los libros de Anagrama. Primer mundo. Hermosas fotos, el papel, hasta los espacios. Además el prestigio del catálago. Se llega a pensar que merecen el su precio en euros. Y además están todos los autores que todos queremos llegar a ser. Sin embargo, más de una vez nos encontramos con textos que no justifican los elogios. Entonces la decepción es más grande de lo habitual.
Eso me ha sucedido con Zambra. El Malherido lo recomendó, incluso sus libros anteriores, parecía imposible errar. Y es que los poetas son una raza aparte. Hablan otro idioma, en otro mundo, con otras palabras. Formas de volver a casa es la obra de un poeta. Una novela escrita por un poeta, la misma sensación que al leer una poesía: imágenes sucesivas, hermosas, joyas encontradas en medio de la oscuridad de la mina, y la historia, por detrás, apenas una línea de hechos que dejan ver una historia.
Es un niño, al principio, y luego un escritor, alguien muy parecido al autor, también chileno, que cuenta su infancia y luego su vida adulta a partir del hecho de conocer a una niña que luego será su amante. En medio está la sociedad y su relación con la política, la dictadura y las personas, las que estaban involucradas con la resistencia y las que pasaban de toda opinión. Al principio, y al fin, del libro y de la historia, los terremotos que sacudieron Chile, cerrando una especie de círculo.
También hay literatura de la literatura, por decirlo de algún modo, en las últimas páginas, donde el personaje se vuelve otro personaje y la mujer es otra mujer, y la historia parte de otras historias. Pero ya no importa, creo, porque son cosas que se saben, sabemos que todo es ficción, o que todo pudo ser real. No me gustan los libros con literatura, ni con personajes escritores, y ya me cansan también los niños narradores (como he explicado sobre otros libros), así que todo junto parece demasiado.
Entre lo bueno -porque hay cosas buenas-, está el tono con el que narra Zambra, austero, amable, y en medio, un poco de poesía. Eso está muy bien. Y después, que las historias de amor terminen tan mal, eso también está muy bien y es muy lindo. La desgracia del amor, la soledad, la indiferencia profunda. Mal para el personaje, o para el escritor, bien para la literatura.De la dictadura chilena no voy a decir nada, ni de las opiniones. Porque de eso no trata la novela, eso es el fondo de la cosa, la historia en la que vivimos. La novela trata del amor que alguien creyó encontrar caminando por la calles de una ciudad chilena.

domingo, 21 de agosto de 2011

Breves apuntes de autoayuda, Fabián Casas, Santiago Arcos, 2011, Buenos Aires.
Los Lemmings y otros, Fabián Casas, Santiago Arcos, 2010, Buenos Aires, Tercera edición.



Boedo antiguo y más allá

La librería: Compré varios libros en la pequeña y hermosa El gato escaldado, de Avenida Independencia 3548, en la ciudad de Buenos Aires. Después de leer algunos, caí en la cuenta que Los Lemmings y otros estaba entre ellos. Entonces el universo cerró su perfecto círculo sobre Boedo, escenario de los cuentos de Casas, y contexto de una librería que comparte con este escritor la amabilidad, la debilidad por la literatura y sus alrededores, la preferencia por lo importante.

El combustible puro
Sobre Los Lemmings y otros

Este pequeño libro ya tiene la fama de un clásico. Un clásico de hoy, podríamos decir. Lo he visto comentado en una revista literaria de España, en un blog de Bolivia, en una lista de promesas literarias.
Se trata de un conjunto de cuentos cortos cuyo epicentro es un grupo de amigos en el Boedo de finales de los años setenta. Las tramas comprenden la infancia, la adolescencia y la vida adulta de quienes pertenecieron a La barra de Boedo. Ellos son Máximo Disfrute, su líder; Andrés, los hermanos Dulce, el japonés Uzu, el tano Fuzaro, Chumpitaz, el gordo Noriega y algún otro que se menciona de forma lateral.
Los cuentos como Los Lemmings, Los cuatro fantásticos y el Bosque Pulenta tratan sobre ese universo, los días en la escuela, la historia de las parejas que fue teniendo la madre, la aparición y desaparición del líder de la barra. El narrador en todos los casos cuenta desde el punto de vista de un niño, lo que plantea la dificultad para el escritor de respetar la estructura de pensamiento de un niño, ya que siempre se trasluce la mirada desde otro tiempo, el del verdadero escritor, siempre futuro con respecto a la época del texto. Sin embargo creo también, y es justo decirlo, que son detalles en los que nos detenemos los escritores y no mucha más gente.
Hay otros dos cuentos, los Apéndices al Bosque Pulenta, que retoman sobre los mismos personajes, pero ya adultos. Dan algo de claridad a toda la saga y nos presentan otra parte de la historia, cuando el país, como dice Nancy Costas, ya los cagó a sopapos.
El otro conjunto de cuentos podría enmarcarse en la categoría Adultos. Historias en el mismo contexto de Boedo, o Buenos Aires, con personajes ya mayores casi todos trágicos, barriales, profundos: un portero acusado de asesinato en Asterix, el encargado; un joven escritor que se encuentra con otro consagrado e insoportable en Casa con diez pinos; un ex montonero de regreso al hogar de su madre enferma en La mortificación ordinaria; y un viudo solitario que parece ir perdiendo sus facultades mentales en El relator.
En fin, un recomendable libro de cuentos, condesando, cargado de historias, sensaciones, de momentos donde se descubre la verdad, y las mentiras, de historias trágicas y sensibles. Hecho de ese combustible que el autor reconoce como el más puro de la vida toda. Un universo personal, que no duda a la hora de utilizar palabras e imágenes del cine, la música, el budismo, los comics, la tradición barrial más marginal, la literaria más culta. Un libro amplio y generoso.

Los guisos del maestro
Sobre Breves apuntes de autoayuda

En varias oportunidades Casas se refiere a los textos, películas o canciones como guisos que se van preparando de diversas maneras, de diferentes formas, con distintos ingredientes y condimentos. Es una buena manera de intentar explicar la complejidad de las obras, una manera argentina además, qué es de lo que trata este libro.
No vaya a pensar el lector que es en verdad un libro donde se explica cómo vivir. Salvo que el lector sea, además, otra vez, un escritor, y entonces se podría decir que lo va a ayudar. Pero tampoco, porque en ese caso la lección es simple, no hay mucha solución, es lo que se sabe, todo termina en la muerte y hasta poco importa el arte.
En fin, de lo que trata es de básicamente de escritores, de músicos, de películas y de algunas celebridades. Son textos cortos, condensados, muy bien escritos, y lo mejor, con cierto humor que hacen que el libro se lea de un tirón. Y hacen que luego se vuelve a leer a saltos, en voz alta, en lo posible frente a un amigo con el que se comparten códigos, ideas.
Es difícil adivinar el contenido de los textos por sus títulos, saber de qué tratan, y también hacerlo leyendo los primeros párrafos, ya que en general Casas comienza el análisis desde un costado, contando una película para hablar de un libro, una historia de barrio para hablar de un escritor, sobre un autor para hablar de otro.
Los escritores a los que se dedica son Borges, tan eterno tomando un café; J M Coetzee, uno de los escritores en activo más importantes del mundo; Roberto Bolaño que sigue escribiendo después de morir; Cormac McCarthy en un análisis profundo de sus obras que creo haber leído en el suplemento de Perfil; Raymond Carver según la versión de su esposa; César Aira que al parecer ha ido demasiado lejos al meterse con los comics; Gustavo Ferreira, un perturbador escritor argentino; Salinger que escondía sus novelas en un caja fuerte tan grande como una habitación; Charlie Feiling un escritor argentino que murio a los 36 años; el turco Orham Pamuk que escribe al parecer como un animal; y Fogwill, para quien elige las palabras más bellas: un león despeinado, mejor persona que escritor.
Después están los poetas: Joaquín Giannuzzi, amigo sencillo y gran compañero; Ricardo Zelarayán, entrerriano y casi músico de las palabras; Philip Larkin, un rutinario poeta inglés que luego logró la fama; Sylvia Plath que en Londres escribía -y sabía que lo hacía-, la mejor literatura que se puede escribir; y Francisco Madariaga un poeta que encontró en Corrientes poesía por doquier.
También hay que mencionar a los músicos, porque reciben el mismo trato en tanto que artistas, al igual que sus obras. Andrés Calamaro; Fernando Cabrera, un músico uruguayo de culto; Peligrosos Gorriones en su recital de regreso; Spinetta con todas sus formaciones musicales; Led Zeppelín y su oscura afición a la magia negra.
Un libro profundo, al que le caben sucesivas lecturas. Donde conviven Spinoza, Schopenhauer y Gilles Deleuze con Tinelli, Maradona y Fort. Donde aparecen como fantasmas los amigos de la infancia, algunos personajes de Los Lemmings: un mecánico, un bibliotecario, Román con su moto, un boxeador con pasado casi glorioso, Delfor con sus bocadillos para conquistar mujeres.
Todo esto, que puede parecer demasiado y difícil de hacer convivir, tiene en el universo de Fabián Casas su exacto lugar. La justa combinación de una receta perfecta, cocida por la sabia mano de un Yoda urbano, karateca, calvo, no verde, sino morocho, mestizo y lateral, inconfundible maestro a la vista de quien sepa reconocerlo.